
Después de 27 años, la Iglesia de Guayaquil volvió a vivir un acontecimiento histórico. Durante cuatro días, laicos, consagrados, sacerdotes, diáconos y obispos se reunieron en el VIII Sínodo Arquidiocesano para escuchar, discernir y decidir en un clima de fraternidad y oración, cómo renovar la fe y responder a los desafíos de una ciudad marcada por la pobreza, la violencia, la corrupción y la exclusión.
El resultado, un camino compartido de compromisos pastorales y sociales que buscan transformar la vida de las parroquias y la comunidad guayaquileña. Las plenarias concluyeron este jueves con un fuerte llamado a celebrar los sacramentos con mayor dignidad y cercanía, aprovechando momentos como matrimonios y funerales para llevar un mensaje de esperanza.
También se insistió en predicar más sobre la misericordia, garantizar la disponibilidad de confesores y acompañar a los pacientes en hospitales, barrios y hogares, mostrando la unción de los enfermos como un sacramento de consuelo y fortaleza.
Otro de los consensos se dio en la necesidad de purificar y revitalizar las expresiones de piedad popular para que estén más unidas a la liturgia y se conviertan en auténticos caminos de fe. Asimismo, se destacó que sacerdotes y diáconos deben vivir con sencillez, cercanía y espíritu de oración, siendo un signo de unidad y esperanza en las familias y comunidades.
De manera especial, se subrayó el papel de los laicos como corresponsables de la misión evangelizadora y de las tareas pastorales y administrativas, fortaleciendo su liderazgo en la vida parroquial y reconociendo sus carismas como dones al servicio de la Iglesia.
El Cardenal Luis Cabrera Herrera, OFM., Arzobispo de Guayaquil, recordó que este Sínodo no se queda en reflexiones, sino que abre un nuevo tiempo de acción, “Entramos en la fase de implementación con humildad y valentía, porque la misión confiada por Cristo solo puede cumplirse en comunión y participación”, afirmó al clausurar el encuentro.
Más allá de la vida interna de la Iglesia, las conclusiones del Sínodo miran de frente a la realidad social de Guayaquil. Los participantes asumieron el compromiso de estar más presentes en hospitales y barrios, acompañar a los más pobres y vulnerables -niños, migrantes, mujeres víctimas de violencia, enfermos- y ser voz profética frente a la violencia y la corrupción, sembrando paz, honestidad y solidaridad en una ciudad que tanto lo necesita.
El mensaje final del Cardenal Cabrera resumió la esencia del Sínodo, “No podemos separar estas presencias: es el mismo Señor quien nos invita a adorarlo en el sagrario y a servirlo en los pobres”.